jueves, 23 de agosto de 2012

DIARIO DE UNA RUBIA: Y SU AMOR FUE MI BANDERA


por desireedesosa
 
Os quiero dejar aquí un artículo publicado en La Opinión de Málaga esta pasada Semana Santa. Está dedicado a una persona muy especial que se fue así, sin avisar y desde entonces, nada es lo mismo. Espero que os guste.
Y SU AMOR FUE MI BANDERA
… “Entre una larga fila de enlutados penitentes, altos capirotes, hachones encendidos en la noche, el Cristo de la Buena Muerte camina, doblada la cabeza, lleno el rostro de paz, la desazón partida, vencedor por amor de la muerte, dulce muerte que ya no tiene el signo trágico de una guadaña ensangrentada por emblema, sino expresión de paz y reposo infinito. Todas las miradas se concentran en el negro clavel de sus heridas, marchan atrás los soldados del Tercio legionario, lento y firme andar tras de su himno que es, sin duda, la marcha nupcial del legionario cuando quiere desposarse con la muerte. Avanzan con los rostros erguidos, alta la frente, dura la mirada, embriagados de banderas y de gloria. Ya entra la procesión por la calle de Larios y un escalofrío de emoción traspasa el alma, dulcemente mecido camina el Cristo entre banderas, guiones y estandartes, entre hombres rudos amigos del amor y de la muerte, entre un estruendo de tambores se escucha la romántica canción del legionario y entre músicas, plegarias y silencios, parece como si la muerte, por el borde de Dios fuera cantando… “ Cierren los ojos por un momento y disfruten de estas bellas palabras que José Utrera nos regaló allá por el año 1957. Una magnífica descripción que esta tarde noche podré compartir y hacer mía. Y es que mi historia de amor con este Cristo se remonta hace ya once años cuando un nazareno legionario nos dejó para siempre, sin tiempo si quiera para despedidas. El 24 de mayo de 2001, Óscar Domínguez López, soldado profesional del Arma de Caballería perdía la vida al volcar el carro de combate BMR en el que viajaba como instructor. Óscar, mi amigo, mi confidente de la infancia, mi compañero de batallas era un joven vitalista, con gran vocación militar, amante de la Semana Santa, hermano de la cofradía de Mena y sentía especial devoción por el Santísimo Cristo de la Buena Muerte. La medalla y una foto de sus titulares siempre iban consigo. Una trágica pérdida que marcó mi corazón y mi alma para siempre e hizo que le tuviera un cariño especial a esa Bendita Imagen. Desde entonces, cada sábado de Pasión, deposito en los columbarios de la Congregación donde se encuentran sus cenizas, una rosa roja y un lirio morado, dos flores muy especiales vinculadas a la cofradía a la que pertenezco desde pequeñita, Zamarrilla. Nunca me había planteado salir en Mena hasta que el pasado mes de agosto, en Madrid, tuve el enorme privilegio de entrar en la Catedral Castrense donde se le rendía culto al Señor los días previos al Vía Crucis con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, presidida por su Santidad el Papa Benedicto XVI. Aunque lo había visto muchísimas veces en Santo Domingo, ese día y en aquel lugar, su imponente figura me estremeció. Me senté en uno de los bancos de la Catedral y allí permanecí observándolo una hora. La emoción se apoderó de mi . Los sentimientos y los recuerdos volvieron a mi mente. No pude contener las lágrimas; lágrimas de dolor que brotaban del corazón. Y allí, entre el silencio, el recogimiento y la oración se produjo el diálogo. Ese fue el momento. Supe que tenía que cumplir la promesa como mejor sé: bajo el anonimato del capirote de terciopelo negro y sintiendo en mi cuerpo por primera vez los pasos de los caballeros legionarios, de los novios de la muerte, los que a pecho descubierto cantan con el corazón a su Cristo, el que muere cada Jueves Santo por las calles de Málaga… y con más fuerza que nunca entonaré el himno para que llegue hasta el cielo desde donde sé, me estarás acompañando. Va por ti, nazareno legionario.

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